lunes, 25 de septiembre de 2017

Es importante conocer los antecedentes para saber de una manera solida si las cosas han cambiado en un sentido completo o si ha quedado estancado, es por eso que les presento 2 noticias, de hace ya unos años, las cuales documentan algunas dificultades con respecto a la convivencia entre las diferentes culturas juveniles.

El desafío de las culturas urbanas en la capital

Alcaldía activó mecanismo para prevenir venganzas ante crimen de un joven hardcore en riña con uno de los sharp.
El reconocimiento de las diversas culturas urbanas y el adecuado acompañamiento a sus procesos de convivencia se convirtieron en un nuevo desafío para Bogotá, que tiene a las autoridades diseñando e implementando propuestas para evitar que sus interacciones desencadenen manifestaciones violentas, como la que este fin de semana le quitó la vida a un muchacho en la localidad de Chapinero.
Si bien es cierto que dichos conflictos son apenas normales en una ciudad de ocho millones de habitantes, que se jacta de ser tolerante y multicultural, también lo es que las grandes urbes latinoamericanas han sufrido tropiezos para afrontarlos, ya sea porque lo hacen desde enfoques que niegan la existencia de las “tribus” o porque piensan que todos los movimientos juveniles son iguales entre sí.
En el caso de Bogotá, hay identificadas por lo menos cinco grandes culturas urbanas juveniles. Están los punk, los emos, los del hip hop, skinhead y los hadcore. Oficialmente no tienen más de cien integrantes fijos cada una, pero todos poseen militancias que pueden llegar a ser de tres o cuatro veces ese tamaño. Pero si de reconocimiento universal se trata, hay que decir que en la ciudad existen unas 60 culturas urbanas, pues los grupos simpatizantes de la música electrónica están constituyendo una nueva ola (que a su vez tiene varias subculturas), los jóvenes que gustan del monopatín son otra, los de la tabla otra y hasta las asociaciones cristianas pueden ser consideradas como una cultura en tanto trabajan con grupos juveniles.
En la localidad de Chapinero, la del enfrentamiento del fin de semana, hay lugares como el parque de los hippies (carrera séptima con calle 53), en donde conviven varias de estas culturas: los sharp, los rash, los del monopatín y hasta la comunidad LGBTI.
Ante tanta variedad de grupos, las autoridades deben redoblar esfuerzos para reconocerlos, saber cómo interactúan y garantizar el libre desarrollo de su personalidad, al mismo tiempo que se protege la de los demás. La tarea no es fácil. Andrés Restrepo, secretario saliente de Gobierno de la ciudad, reconoce que en ocasiones algunos de estos grupos tienden a rechazar el apoyo oficial, porque consideran que está diseñado para coartar sus derechos. “Un grupo anarquista, por ejemplo, puede tener una postura de distanciamiento ante el establecimiento”, dijo otro funcionario distrital.
Es por eso que resulta especialmente complejo entender qué es lo que ocurre cuando dos grupos de estos se encuentran.
La pelea del fin de semana, hasta donde se sabe, fue iniciada por un grupo de disidentes de la comunidad sharp. Según la Alcaldía de Chapinero, no son más de 20, y 15 de ellos ya están judicializados. Este grupo disidente se había negado en varias oportunidades a suscribir el pacto de convivencia que la Alcaldía local promueve entre las culturas urbanas. Aún no está claro por qué, pero sus integrantes terminaron en una riña con los miembros del grupo hardcore que celebraban una fiesta en el bar Funny Party (calle 47 con carrera séptima) hiriendo de muerte a uno de sus integrantes.
La Alcaldía tiene ahora dos preocupaciones: redoblar esfuerzos para evitar que las riñas en establecimientos se repitan y evitar que la muerte de Dayro Salazar (27 años, padre de una niña de 4) desencadene una venganza por parte de los hardcoreros.
Para el comandante de la Policía de Teusaquillo, Juan Carlos León, está claro que el hecho violento se debió al efecto de los tragos y una agresión verbal que propició la riña. Los testigos señalan que la pelea la iniciaron los cabezas rapadas.
Pero como los cabezas rapadas se subdividen en varios grupos (rash, de tendencia comunista; los de tercera fuerza, que reivindican las ideas neonazis, y los sharp, que a su vez son los que tienen la disidencia que causó el conflicto), cualquiera podría confundirse si se los encuentra en la calle y pensar que todos son violentos o andan en busca de pelea. He ahí otro gran desafío en materia de pedagogía que tiene la administración distrital.

La violencia de algunas tribus urbanas no es algo nuevo

El caso de Dayro Salazar, quien murió apuñalado por cabezas rapadas, se suma a sucesivos ataques entre estas culturas.
La violencia entre las culturas urbanas de  la capital no es un hecho nuevo. Desde hace varios años se han presentado casos violentos que, cada vez con más frecuencia, resultan en la muerte de alguien. Los testimonios de las víctimas, y los testigos, son casi siempre los mismos: “Nos atacaron porque sí”. Así fue el sábado en la noche cuando Dayro Salazar recibió varias puñaladas que, este lunes en la madrugada, terminaron por ocasionarle la muerte. Salazar falleció en la Clínica Marly, ubicada a pocas cuadras del lugar de los sucesos (carrera séptima con calle 47).
En julio pasado, un joven de 15 años fue apuñalado en el sector de Colina Campestre, en el norte de la ciudad, al parecer por miembros de un grupo de cabezas rapadas. Esa vez, como en tantas otras, los motivos de la agresión no fueron esclarecidos. Al agredido le preguntaron que si era nazi. Él respondió que no. Eso fue todo. Siguieron los puños, las patadas y la puñalada. La violencia por la violencia fue eso.
En septiembre de 2007, en un bar de la carrera 11 con calle 79, Julián Prieto, guitarrista de la banda de hardcore Pitbull fue brutalmente agredido por un grupo de 30 cabezas rapadas, que lo atacaron en plena vía pública con armas blancas. En ese momento uno de los amigos de Prieto contó que los atacantes reían y entonaban cánticos mientras golpeaban brutalmente al muchacho. El guitarrista de Pitbull murió a los pocos minutos en la Clínica El Country, adonde fue llevado por sus acompañantes.
La violencia de estas culturas urbanas no es un fenómeno exclusivo de Bogotá. En 2008, un presunto cabeza rapada asaltó con un cuchillo a Isabel Cristina Restrepo Cárdenas, una bailarina y estudiante de arquitectura de 18 años en el barrio El Poblado de Medellín. Cárdenas falleció en el instante y un joven que la acompañaba debió ser llevado de urgencias a un hospital al recibir varias heridas por defender a su amiga.
En buena parte de estos casos los sospechosos son cabezas rapadas. Sin embargo, la violencia no es una marca registrada de esta cultura urbana. En el sector de Cedritos son bien conocidas las grescas ocasionadas por jóvenes punkeros (de todas las denominaciones), raperos y metaleros que la mayoría de las veces involucran a menores de los colegios del sector, ávidos de ganar respeto peleando bajo el estandarte de una ideología o un estilo musical.
Noticias tomadas de: http://www.elespectador.com/impreso/jovenes-punks/articuloimpreso-225348-violencia-de-algunas-tribus-urbanas-no-algo-nuevo

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